Ahora, pretender que no duele.
No hay mayor martirio que haber resistido estoicamente a la tempestad, con la bruma en forma de mentiras, con el asta quebrada, con la maldita alma en suspenso.
Fingir una resurrección allí donde los peces van a morir, los domingos por la tarde.
Volver a la morada del fragante abrazo en donde fué, donde la sonrisa plena desgarró el plexo.
No podría.
No entendería.
Solo, entregar el invierno como acto deseperado.
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